Sobre «El Ansia»

Reseña de Alejandra Laurencich publicada en la revista El Matadero (2015).

Si bien desde la sección “Novedades” de La Balandra habíamos difundido la salida a la calle de la revista El Ansia, hace cosa de un año, no fue hasta hace poco más de una semana que di con ella, es decir, que la tuve en la mano. Lo primero que pensé al verla es: esto es un libro, no una revista. En los anuncios y las publicidades, incluso en la sugerente foto de su presentación en sociedad que todos conocimos, la revista se veía plana, en dos dimensiones, y engañaba confundiéndose en su casi monocromía anarquista con las viejas publicaciones literarias, de papel barato –prácticamente descartable por lo ajado que terminaba, al acabarse la lectura–, en las que no se apreciaba gran trabajo estético. Pero el producto, El Ansia, se agiganta cuando se lo tiene enfrente, y no por su bidimensión, ya que el tamaño es menor al estándar A4 que uno suponía. Es mucho más manuable, casi el tamaño de un libro, y en esa hermosa proporción puede comenzar a intuirse el trabajo, meticuloso y dedicado, con que está hecho. Sería un buen punto a tener en cuenta, entonces, el de hacer promoción de El Ansia con alguna fotografía de su volumen.

Pero dejemos el momento de estupor, las consideraciones sobre el impacto inicial y retomemos la descripción de la publicación. Si bien la letra es muy pequeña para una vista cansada como la que suele acompañar a la gente de medio siglo de vida, con todo el material que trae, y como editora, me doy cuenta de que sería imposible usar una tipografía más cómoda. No voy a detenerme en este punto, entonces. Abro y leo la simpática nota en la que su fundador y director, José María Brindisi, cuenta cómo fue el germen de la revista, y habla de su nombre, El Ansia. Según Brindisi, el ansia sería: “lo que despierta en algunos de nosotros la literatura, y en especial, la escritura”. Bien, me reconozco ansiosa, y por lo tanto merecedora de la lectura, aunque creo que no hubiera estado nada mal llamar a esta revista, como sugiere el mismo Brindisi, El hambre.

Me detengo en el propósito explicitado en el prólogo. Hacer el retrato de tres autores, mostrarlos a través de su imaginario, de su mundo y sus silencios. Cohen, Ronsino, Laiseca. Como yo no conocía personalmente a Cohen, ni a Laiseca, quiero decir, no hubo ocasiones en las que pudiera estrechar lazos más allá de las lecturas de su obra, y sí conocí a Ronsino, casi desde que era un extraño en esta Buenos Aires de principios de milenio, me dije: voy a empezar por él, a ver qué retrato hacen de Hernán en El Ansia.

Abrí la parte intermedia de la revista y encontré por ejemplo dos textos escritos por sus editores – una suerte de cronistas podríamos llamarles– que estuvieron encontrándose con Hernán a lo largo de un año, en varias ocasiones, el relato de un viaje a su Chivilcoy natal. Con pequeñas anotaciones al margen, Mariana Lerner y Lucas Adur exponen sus impresiones sobre lo que ven, lo que han leído u oído, lo que recuerdan. Todo aderezado con preciosas fotografías, sugerentes e íntimas. Hay otro texto que es la presentación de la novela La descomposición a cargo del amigo Jorge Consiglio, hay un texto en el que Sylvia Saítta se pregunta por las filiaciones literarias de Ronsino, está la reseña sobre la traducción al francés de Glaxo, el relato de un compañero de aula y coeditor de la revista En ciernes, Luciano Guiñazú, otra mirada sobre la obra de Hernán, escrita por Edgardo Scott, y un texto lírico más, con la pluma del hermano, el artista plástico Miguel Ronsino.

Antes de pasar a las secciones de las lecturas seleccionadas por Ronsino, y algunos fragmentos de su propia obra, me pregunté: ¿tienen algo que ver todas estas múltiples miradas con el Hernán que conozco? ¿O están pintándome a alguien que no me parece el real, que es quizá un retrato distorsionado del pibe franco y sencillo con el que cada tanto me encuentro a conversar? Recordé un juego al que jugaba cuando era chica, me encerraba en el baño grande de mi casa, que tenía un espejo tripartito. Los espejos de los costados podían plegarse sobre el principal. Yo acercaba mi cabeza ahí, a la parte central y cerraba los espejos laterales contra mis orejas. Cada espejo reflejaba a los otros dos, que a su vez reflejaban a los otros dos. El resultado era que mi imagen se multiplicaba hasta el infinito. La Alejandrita se alejaba, se distorsionaba y replicaba a la vez. Algo similar pasaba con los retratos leídos en esta revista. Cada pintura cargaba la subjetividad del hacedor del retrato, parecía que en cada una entrara el Ansia de verlo de un modo determinado, acaso el retrato se parecía más al entrevistador que al entrevistado, entremezclándose en él las imágenes y construcciones que cada uno de los cronistas se hubiera hecho de Hernán. Quizá la mía entonces era una de estas visiones distorsionadas y sinceras, una más. Qué efecto estimulante, pensé, casi una ficción, que transforma al autor en personaje. Toda la parte dedicada a Hernán Ronsino en la revista El Ansia, parece aumentar su misterio más que revelarlo, parece ocultarlo, parece esfumarlo. Y esto está bien, digo, porque es muy productivo ver qué tienen para decir los otros sobre alguien que uno conoce y ha leído, leer las distintas y distantes versiones sobre lo conocido. Con esta sensación de ansia por ver el retrato de los otros, completé la lectura acerca de los tres narradores.

En ningún momento la revista agobia, y no es por amabilidad hacia el lector, no hay signos evidentes de hacerle fácil el camino a la lectura, no hay notas principales, no hay variedad en el esquema de las secciones, no hay abordajes de picoteo, uno queda suelto y sin demasiada guía en ese laberinto de espejos y ahí sabrá apañárselas o cerrar la revista. Pero no lo hace, y esto se debe a que inmediatamente se siente ganado por la pasión que se ha puesto en su planteo, el juego de espejos resulta de un atractivo tal que uno descubre su propia ansia por incorporar una nueva mirada. Independientemente a que uno pueda o no completar, creer o empatizar con el retrato de uno de los tres autores que se han seleccionado, lo que se consigue es quedar sumergido en el interés, ya sea por leer su obra, cuando no se lo ha leído, o por releerlo a la luz de los retratos de los demás. Sin proponérselo, uno se advierte incluido en la totalidad de estas 340 páginas de letra pequeña, quizá un cuerpo 9 o 10, lo que es mucho decir.

Luego de completar la lectura, puedo mencionar con mucho entusiasmo algunas de las secciones, reconocer su gráfica sobria y su fotografía de alto clima, recomendar textos, por ejemplo el de Cohen, donde recorre la ciudad persiguiendo lectores en los transportes públicos, describiendo pasajeros en tránsito con una maestría excepcional, un texto que había sido publicado en su revista Otra Parte; puedo encomendar fervorosamente el artículo en el que algunos discípulos o ex discípulos del taller de Laiseca se reúnen en la casa de uno de ellos, el narrador Juan Guinot, a recordar cómo eran las clases del maestro. Permítanme leer acá un brevísimo fragmento que parece replicar este asunto de los espejos, las miradas subjetivas sobre un autor, que vuelven recurrentemente. Están en la casa de Juan Guinot y El Ansia dice:

Cuando Juan dice haber desarrollado una relación personal con Laiseca, surge una voz rápida (difícil descifrar a quién pertenece, pero su intención es clara) que contesta: “Todos. No sólo vos. Todos.” Esa voz también tapa, busca contener tal vez maníacamente una inquietud desgarradora: ¿Laiseca nos quiere a todos por igual? ¿Está más cerca de algunos y más lejos de otros? ¿Comparte algo con él que no comparte conmigo? ¿Hay un tal Laiseca que se expresa en voz alta? ¿Hay otras caras de Laiseca que no conozco?

Puedo elogiar muchas secciones, insisto, pero a la hora de elegir sin dudas me quedo con aquellas en las que cada narrador muestra sus elecciones de lectura. Ahí sí uno está mano a mano con ellos, comparte en profundidad su ansia. Sin intermediarios ni filtros subjetivos. Son por lejos, estos textos seleccionados por Hernán Ronsino, Marcelo Cohen y Alberto Laiseca, los mejores espejos en los que uno puede nadar junto a ellos, sumergido como en un agua transparente. Y me detengo en las elecciones de Cohen, algunos magistrales relatos de Lydia Davies, y la elección de Ronsino: un fragmento de Pánico al amanecer, de Kennet Cook, escritor australiano muerto en el 87. Cuenta la noche en la que varios amigos salen a cazar canguros, ebrios de poder y estupidez. Cómo no encontrar en este espejo la huella del fragmento escrito por Ronsino en La descomposición, donde aparece la caza de la liebre. Qué maravilla descubrir estas sutiles interrelaciones entre lo escrito y lo leído en cada autor. Qué prodigio nos acerca El Ansia.

Para cerrar entonces, vuelvo a ponderar la idea y la pasión puesta en esta revista singular, de frecuencia anual, que abre nuevos pasajes para entrar a los mundos de tres narradores por número, y con espejos distorsionados o no, subyuga y da ansias, o mejor dicho hambre. Hambre de sentarse a leer, o escribir, o hablar de literatura y ficción. Esperamos, ansiosos el 2° número.

Texto leído en el evento «Pasar revista a las letras», realizado el 16 de octubre de 2014 en la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA, y publicado luego en el número 9 de El Matadero.