Mariana Docampo sobre María Sonia Cristoff en la presentación de El Ansia 6 (28/2/2023)
A mí me gusta mucho Desubicados, un libro de María Sonia que leí hace algunos años, y al que vuelvo cada tanto. Es una breve crónica escrita con maestría en donde la autora desarrolla varias de las obsesiones que aborda en el resto de sus libros. Una de ellas: la sensación de estar fuera de lugar. La cronista, aturdida por los sonidos amatorios de una pareja muy fogosa -y un poco desubicada- que vive en su edificio, termina refugiándose en el ex Zoológico de la Ciudad de Buenos Aires en busca de silencio: un banco frente a las jaulas de los animales. Los bocinazos de las avenidas sepultan los ruidos del jardín, tesoro indescifrable de voces que podría percibirse, si se diera lugar a la escucha, como un principio de comunicación sin palabras.
Estas horas en el zoológico son la excusa para un largo devaneo con ritmo de insomnio, en el que Cristoff introduce y comenta lecturas, despliega estadísticas, incorpora entrevistas, y nos permite reflexionar sobre las relaciones entre las personas y los animales, las políticas estatales en torno a la ecología, los ruidos y el silencio, el lenguaje, y el poder, y replantearnos la pregunta sobre nuestro lugar entre las demás especies que viven en el planeta, operación tan vigente y necesaria en este momento de devastación ecológica.
Porque la narradora de Desubicados no milita por los derechos de los animales, convencida de una supuesta superioridad de especie que le permitiría “salvarlos”, liberarlos de sus prisiones, más bien pareciera sentirse identificada con ellos y con su encierro, con su “desubicación” del medio al que fueron a parar. Cuando Beba, la exdirectora del zoológico de Rosario que dice haber aceptado el puesto solo para poder reinsertar a los animales a sus hábitats, afirma que por suerte estas instalaciones están declinando en el mundo y que no deberían existir, la cronista llora, no esconde la angustia del esclavo que sabe que pronto liberarán a su compañero de encierro y deberá permanecer solo, con el pie atado a su grillete. Pero para Cristoff tampoco el movimiento es sinónimo de libertad: “…¿cómo haría yo para enfrentar este mundo sin zoológicos ( … ) me veía (…) trasladada de un lado a otro, cambiando de manos, sufriendo estados de estrés postraumático”.
Los animales regresan en papeles casi coprotagónicos en varios de los libros de María Sonia Cristoff, que son crónicas-novelas, novelas-crónicas, crónicas + novelas, libros que borran los límites entre la ficción y la no ficción, y se despliegan en distintas capas textuales y van multiplicando sentidos. Se proponen a sí mismos como desubicados de los géneros. El entrañable Frito de Mal de época, guaicurú compañero de aventuras y único interlocutor de FG, el jabalí parlante del jardín de Vita en Derroche, la última novela de Cristoff, a quien la autora termina cediendo el liderazgo narrativo como gesto nada inocente en un género que agoniza, son animales que desmantelan las jerarquías habituales en las que suele instalarse lo humano y nos devuelven la pregunta sobre la libertad, la cordura, y las tensiones entre lenguaje, comunicación y silencio.
“Entiendo que en Cañadón Seco los animales comparten la localidad con la gente, y no viceversa, lo que me provoca una inmensa admiración por este lugar, y ninguna gana de irme”, dice la cronista de Falsa calma, al constatar que los perros de ese pueblo perdido de la Patagonia se pasean en grupo por las calles con la altivez de dueños del lugar. Y más tarde, mientras emprende con espíritu de huida otra de sus caminatas patagónicas en un pueblo sin libros, recuerda: “Me fui de Trelew porque no había libros”. La sensación de encierro en plena estepa, fuga en lo abierto, que es también el rechazo a quedar fija en el pensamiento.
“¿Cuándo, en qué momento del caminar, llegará ese punto al que describen como algo deseable, como la entrada en otro tipo de estado?”, se pregunta Cristoff. Pero ese vaciamiento del yo al que podría accederse con la meditación no llega nunca. La atención se va trasladando de un lado al otro. Se parte, en principio, del sitio que expulsa, se camina por incomodidad, por sentirse desubicada. Errancia porque no se avanza en una dirección, o en tras un objetivo, sino que el desplazamiento es pura consecuencia de haberse ido de un lugar. Una vez que se dejó el sitio en el que se estaba, solo cabe el desplazamiento. “¿Cuál será ese mecanismo por el cual el pulso de la caminata se entrelaza con el de la escritura?” – se pregunta la cronista de Falsa calma. Así se van trazando esas largas caminatas que son los libros de Cristoff. Desplazamientos infatigables de los personajes, desplazamientos en el espacio de FG, de Albert Dadas, de Tonia y de Cecilio, de la propia María Sonia. Desplazamientos en el pensamiento, en las ideas, en los formatos de Derroche, de Mal de época, de Falsa calma. Se construye un lugar “otro” en el movimiento, nada queda fijo en ningún sitio.
Caminatas que son de los personajes, pero también son de la autora. Caminé varias veces con María Sonia en Buenos Aires, y una vez en Entre Ríos, donde nos siguió un perro que nos acompañó durante algunas horas. Llegado un momento estábamos en una playa llena de familias y me metí al río con las boyas y las cuerdas muy cerca de la orilla. Seguimos andando, a la tardecita, unos kilómetros más hasta que no hubo más camino. Y en todo el trayecto conversamos de distintas cosas con entusiasmo y curiosidad: de literatura, de personas, de escritura, de baile, y de las clases de yoga que las dos tomamos, un paseo por el espacio y por la mente, como si en el movimiento del cuerpo las ideas también se desplazaran.
En una entrevista, María Sonia dice que escribir “es un ochenta por ciento leer”, y esa es una afirmación muy personal que no puede ser entendida a la manera borgeana como el escritor que es principalmente un gran lector, ni tampoco como una instancia de investigación previa a la escritura, que nos permitirá recrear los ambientes en donde buscamos situar una historia, dar profundidad o matices a los personajes, sino que se lee “para” ir pensando mientras se escribe. Lo que da como resultado un tipo muy particular de novelas, que implican una invitación a la reflexión. Novelas escritas en torno a hipótesis o a temas. Crónicas con vestiduras de novelas, novelas con corazón de crónica, que desarrollan ideas (siempre flexibles) abiertas ante quienes leemos: el trabajo, el dinero, el arte, el poder, los sistemas de opresión, la locura, la libertad.
Sentada en un banco frente a las jaulas de los animales, la cronista de Desubicados ronda una posible clave para acceder a ese otro “estado” al que podría accederse también con una práctica del movimiento: en el epicentro del ruido que es un zoológico en medio de una ciudad, y una vez devuelta la pregunta sobre nuestra libertad por los propios animales, el encuentro con el silencio.
